Off the beaten track

Salirse de uno mismo es tan fácil, un suspiro fuera del centro y estás fuera. ¿Cómo volver a respirarse a uno mismo? ¿cómo volver a tragarte tu orgullo, tus miedos, tus recuerdos para colocarlos ahí justo donde tienen que estar para protegerte por si llega la tormenta?

Hay una raya que no se debe cruzar, suele ser tan fina que uno tiende a no verla o peor aún, a ignorarla. Es la línea que sujeta todos esos que gestos qué hacemos con el corazón abierto y los ojos latiendo, esa que nos define sin palabras. Yo la he roto, hacía tiempo que no lo hacía y ahora me encuentro recogiendo por ahí los besos improvisados, las caricias que no temen ser rechazadas, las palabras tan empachadas de verdad y de miedo… así pedazo a pedazo lo voy acumulando todo en una esquina de la habitación. He dedicado la tarde a lamerlos uno a uno, a tratar de encontrar mi olor en ellos, a perdonarme por dejarlos caer, a sentir la raya a un milímetro de mi piel.

El problema con la raya es que no tiene un nudo del que tirar y volver anudar, es cómo encontrar el final del celo, puede pasarte horas dando buenas en círculos. Porque hay veces que no podemos decidir cómo empezar, solo como caminar y quizá si tenemos algo de suerte y valor como terminar.

Ahora mismo solo creo en el silencio para digerir que los niños juegan disfrazados de adulto y que las costuras las sujetan con imperdibles. Las niñas como decía Otto no se sabe a dónde corren, y yo me puse a correr como una loca, con esa energía que te la enajenación, parece que no hace falta ni dormir.

Los pedazos siguen en la habitación, aún no sé dónde encajar las piezas y tampoco tengo imperdibles a mano. Voy respirando cada vez más hondo, más despacio para ver si entre los intervalos a acabo por respirarme a mí misma.

Hablo de amor sin mencionarlo porque solo pensarte me duele, pero como aquello que escuché una vez en la calle, ahora mismo si tuviese valor me gustaría decirte que solo necesito dos cosas: respirar y verte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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